C-352-09

    Sentencia  C-352-09   

Referencia: expediente  D-7480  

                                                                                                                                                             

Demanda  de  inconstitucionalidad  contra  el  artículo  2º,  parcial,  de la Ley 232 de 1995 “Por  medio   de   la   cual   se   dictan   normas  para  el  funcionamiento  de  los  establecimientos comerciales”.   

Actor:   Juan   Pablo   Cardona  González.   

Magistrado Ponente:  

Dr. LUÍS ERNESTO VARGAS SILVA  

Bogotá,   D.C.,   veinte  (20)   de   mayo de dos mil nueve  (2009).   

La Sala Plena de la Corte Constitucional, en  ejercicio  de  sus  atribuciones  constitucionales  y  legales,  en especial las  previstas  en  el  artículo  241,  numeral  4, de la Constitución Política, y  cumplidos  todos  los  trámites y requisitos contemplados en el Decreto 2067 de  1991, ha proferido la siguiente   

SENTENCIA  

     

I. ANTECEDENTES     

En   ejercicio   de  la  acción  pública  consagrada  en el artículo 241 de la Constitución Política, el ciudadano Juan  Pablo  Cardona  González  solicitó  ante  esta Corporación la declaratoria de  inconstitucionalidad  del  literal  b (parcial), del artículo 2º de la Ley 232  de  1995  “Por medio de la cual se dictan normas para  el    funcionamiento    de   los   establecimientos   comerciales”.   

Mediante  providencia  de veintiocho (28) de  octubre  de  dos  mil ocho (2008), el magistrado sustanciador dispuso admitir la  demanda,  por  considerar  que  reunía los requisitos exigidos por el artículo  2° del Decreto 2067 de 1991.   

Cumplidos  los  trámites constitucionales y  legales  propios  de  esta  clase de procesos, entra la Corte a decidir sobre la  demanda de la referencia.   

A continuación se transcribe el texto de la  disposición  parcialmente  demandada,  de conformidad con su publicación en el  Diario  oficial  No.  42162  de  26 de diciembre de 1995, y se subraya el aparte  acusado.   

“LEY   232  DE  1995   

(26 de diciembre)  

Diario Oficial No. 42.162, de 26 de diciembre  de 1995   

“Por medio de la cual se dictan normas para  el funcionamiento de los establecimientos comerciales.”   

EL CONGRESO DE COLOMBIA  

   

DECRETA:  

(…)  

“ARTÍCULO  2o.  No  obstante lo dispuesto en el artículo  anterior,   es   obligatorio   para   el   ejercicio   del   comercio   que  los  establecimientos   abiertos  al  público  reúnan  los  siguientes  requisitos:   

a)  Cumplir con todas las normas referentes  al  uso  del  suelo,  intensidad  auditiva,  horario,  ubicación y destinación  expedida  por  la  autoridad  competente  del respectivo municipio. Las personas  interesadas  podrán  solicitar  la  expedición del concepto de las mismas a la  entidad  de  planeación  o quien haga sus veces en la jurisdicción municipal o  distrital respectiva;   

b)  Cumplir  con las condiciones sanitarias  descritas  por  la  Ley  9ª   de  1979  y demás  normas vigentes sobre la materia;   

c)  Para aquellos establecimientos donde se  ejecuten  públicamente  obras musicales causante de pago por derechos de autor,  se  les  exigirá los comprobantes de pago expedidos por la autoridad legalmente  reconocida,  de  acuerdo  con lo dispuesto por la Ley 23 de 1982 y demás normas  complementarias1;   

d) Tener matrícula mercantil vigente de la  Cámara de Comercio de la respectiva jurisdicción;   

e) Comunicar en las respectivas oficinas de  planeación  o,  quien haga sus veces de la entidad territorial correspondiente,  la apertura del establecimiento”.   

     

I. LA DEMANDA     

El  demandante  considera  que  el  aparte  normativo  subrayado  es  incompatible con los artículos 6º, 29, 13, 84, 113 y  333  de  la Constitución Política. A continuación se sintetizan los cargos de  presentados en la demanda.   

1. El aparte normativo acusado, al establecer  que  la  apertura  y  funcionamiento de los establecimientos de comercio deberá  sujetarse  a  las  normas  sanitarias  contenidas  en  la  Ley 9ª de 1979 y las  demás    normas   vigentes   sobre   la  materia, permite  imponer  condiciones  a  la  actividad  comercial, a partir de cualquier tipo de  regulación   normativa,   lo   que   desconoce  el  principio  de  reserva   de   ley  en  la  limitación  o  restricción  de  las  actividades comerciales, contemplado por el artículo 333  de  la  Constitución.  Al  respecto,  prescribe  la  norma  constitucional  que  “nadie  podrá exigir permisos previos ni requisitos  sin autorización de ley”,  para  el  ejercicio  de  la  actividad económica y la  iniciativa privada. (Destaca el demandante).   

Permitir que se establezcan limitaciones a la  operación  de  tales  establecimientos en aplicación de un conjunto abierto de  normas  de  diverso tipo “… contradice el principio  de  taxatividad  que  impera  en materia de los requisitos que deben cumplir los  establecimientos  de  comercio”.  En consecuencia, si  bien  la  remisión  a la Ley 9ª de 1979 resulta adecuada, pues se trata de una  ley  emitida  por  el  Congreso  de  la  República,  la  consideración  de las  demás  normas  vigentes  no  respeta  el  principio  de  taxatividad  consagrado  en  el  artículo  29   Constitucional,  ya  que  los  comerciantes se verían sometidos a normas que no  tienen rango de ley.   

2.  La  violación  a  la  reserva de ley en  materia  de  establecimientos  de comercio desconoce, a su vez, el artículo 6º  constitucional  que  prevé  la  cláusula  general  de  libertad;  es decir, el  principio  según el cual “Los particulares sólo son  responsables   ante   las   autoridades   por   violar  la  Constitución  y  la  Ley”,   pues   los   comerciantes  pueden  resultar  responsables,  y  en  consecuencia  soportar sanciones, por el incumplimiento de  actos  administrativos  de  carácter  general,  situación que, además, atenta  contra la seguridad jurídica.   

3.  El  principio de igualdad se ve afectado  pues  las  normas a las que se  refiere   el   aparte   acusado   pueden  ser  de  diverso  tipo  y  jerarquía,  especialmente,  si  se repara en que pueden ser normas adoptadas por autoridades  de distintos órdenes territoriales.   

4.  Además,  el  principio  de “tridivisión  de  poderes”  (artículo  113  C.P.),  propio  de  los  regímenes          democráticos          se         ve         “fragmentado”  y tiende a “desnaturalizarse” pues el aparte acusado  otorga  facultades a los órganos administrativos para establecer y ejecutar las  normas   que   regulan   la  materia  de  los  requisitos  sanitarios  para  los  establecimientos   de   comercio,   desconociendo   la   cláusula   general  de  competencia,  según  la  cual  en  un  Estado  Social de Derecho únicamente el  Legislador    “da   vigencia   al   principio   de  legalidad”.   

5.  Por  último,  el  fragmento  normativo  demandado  atenta  contra  el  artículo  84  Superior,  norma que establece que  “cuando   un   derecho   o   actividad  hayan  sido  reglamentados   de   manera   general,  las  autoridades  públicas  no  podrán  establecer  ni  exigir  permisos,  licencias  o  requisitos  adicionales para su  ejercicio”­.  Para  el  demandante,  las  leyes  232  de  1995  y  9ª  de 1979  reglamentaron  de  forma integral los requisitos para la apertura de reglamentos  de   comercio,   así   como   las  condiciones  sanitarias  exigibles  para  su  funcionamiento,  de  manera  que  no se pueden establecer requisitos adicionales  mediante   “reglamentos   de   policía   de  orden  sanitario”.   

     

I. INTERVENCIONES     

1. De  entidades públicas     

     

1. Del Ministerio del Interior y de Justicia.     

María  Teresa  Alzate  Cardona intervino en  representación  del  Ministerio  del  Interior  y  de  Justicia,  con el fin de  “defender”     la  constitucionalidad   del   fragmento   normativo  demandado,  con  base  en  las  siguientes consideraciones:   

La  Ley  232  de  1995 es el marco normativo  establecido  por el Legislador para el funcionamiento de los establecimientos de  comercio  abiertos  al público; en su artículo primero, se establece que, como  regla  general,  es  el  Legislador  quien  puede  exigir  licencia o permiso de  funcionamiento  para  la  apertura  de  tales  establecimientos. Sin embargo, el  artículo  2º  prescribe  que  deben cumplirse además ciertos requisitos a los  que  se  refiere  de forma taxativa, uno de los cuales es el cumplimiento de las  normas   sanitarias   previstas   en  la  Ley  9ª  de  1979  y  “demás    normas    vigentes    sobre    la   materia”.   

La  Ley  9ª  de  1979  -Código  Sanitario  Nacional-  fija  parámetros  básicos  sobre  los  cuales  se  desarrollan  las  diferentes  actividades  del  campo  de  la  salud;  se trata de “normas  generales  que  (sirven)  de  base  a  las disposiciones y reglamentaciones necesarias para  preservar,  restaurar  y  mejorar  las  condiciones  sanitarias  en  lo  que  se  relaciona  a  la  salud humana, así como los procedimientos y las medidas (…)  para  la regulación, legalización y control de los descargos de residuos (…)  que  afecten  las  condiciones  sanitarias” del medio  ambiente.   

De   acuerdo   con   la   jurisprudencia  constitucional,  el  derecho  a  la  libertad  económica  y el desarrollo de la  iniciativa  privada  no  son absolutos, ni existe una barrera infranqueable a la  intervención  del  Estado, ya que éstos deben ejercerse dentro de los límites  del  bien común, el interés social, el ambiente y el patrimonio cultural de la  nación  en  los  términos que señale la ley, lo que justifica la exigencia de  medidas  de  salubridad  a  los  particulares para el desarrollo de la actividad  empresarial.   

El peticionario le da al aparte demandado un  alcance  que no posee. En efecto, al estudiar una demanda en contra de un aparte  normativo  prácticamente  idéntico, contenido en el artículo 29 de la Ley 393  de  1997  que,  en  concepto de un ciudadano, iba en contravía del principio de  legalidad,  la  Corte señaló que una previsión de integración normativa como  la  mencionada  impide  la  generación  de  un vacío normativo, violatorio del  principio  de  legalidad,  pues  remite  a normas generales sobre la materia. En  este   sentido,   a   juicio   del   Ministerio,  la  Corte  no  solo  considera  constitucionales   previsiones  como  la  acusada,  sino  que  les  da  especial  importancia para la garantía del principio de legalidad.   

La Ley 9ª de 1979 es una norma especial del  sector  salud,  y  sus decretos reglamentarios son guías normativas sobre cómo  darle  aplicación  a  sus  contenidos.  La  Ley  y  sus decretos reglamentarios  constituyen  en  su  conjunto la normatividad jurídica existente y aplicable en  materia sanitaria, mientras conserven su vigencia.   

Por  ello, la apertura de un establecimiento  de  comercio requiere de la intervención de diversas autoridades y está sujeta  a  exigencias  normativas  que se encuentran dispersas en los regímenes de cada  una  de  estas entidades. Esto es así por tratarse de establecimientos abiertos  al  público, que deben cumplir diversas exigencias en garantía de la salud, la  seguridad y el buen servicio a la ciudadanía.   

    

1. De  instituciones educativas     

     

1.    De  la  Facultad  de  Jurisprudencia  de  la Universidad del  Rosario.     

El   profesor  Edgar  Iván  León  Robayo  intervino  en representación de la Facultad de Jurisprudencia de la Universidad  del  Rosario,  con  el  fin  de presentar argumentos en favor de la exequibilidad   del   segmento   de   la  disposición  normativa  demandada.  Estas  fueron  las razones expuestas por el  interviniente:   

La  Ley  232  de  1995  estableció  una  regulación  única  con  el  fin  de  fijar los requisitos específicos para la  apertura  de  establecimientos  de  comercio,  pues  la diversidad de regímenes  vigentes  en  los  entes  territoriales  dio  lugar,  en  el  pasado,  a abusos,  desigualdades,       corrupción,       e      incertidumbre      entre      los  inversionistas.   

En  el  artículo  1º  de la citada Ley, el  Legislador  determinó  que ninguna autoridad puede exigir licencia o permiso de  funcionamiento  para  la  apertura  o  permanencia  de  los  establecimientos de  comercio,  ni  exigir  requisitos  que  no  tengan  base  legal y, acto seguido,  enumeró tales condiciones de forma taxativa.   

En el artículo 2º de la misma Ley, empero,  el   Congreso   prescribió   que   la   actividad   mencionada   debe   cumplir  “las  condiciones  sanitarias descritas por la Ley 9  de   1979   y   demás   normas   vigentes  sobre  la  materia”,  propósito  recogido  nuevamente en el artículo 27 de la Ley 962 de  2005.   

Los   establecimientos   de  comercio  han  proliferado  en años recientes, lo que supone ciertos beneficios para el país,  tales  como  generación  de  empleo,  mayor  recaudo  de  impuestos, etc., pero  también  comporta  una  serie  de  inconvenientes  como  la  afectación  a  la  tranquilidad  y seguridad públicas, la generación de ruido, y el aumento de la  contaminación.  Para  conjurar  esas  consecuencias negativas, los comerciantes  están  obligados  a  cumplir  todos  los requisitos establecidos por el sistema  legal  al  abrir  el  establecimiento  de  comercio, sin importar si se trata de  requisitos  legales  o  reglamentarios.  Como  ejemplo,  menciona la resolución  expedida  por  el  Ministerio de la Protección Social que prohíbe fumar en los  establecimientos abiertos al público.   

En  virtud  de  lo  expuesto,  la  actividad  comercial  y  la  apertura de establecimientos de comercio debe fomentarse, pero  sobre  la  base del respeto por los derechos de terceros, el cumplimiento de los  fines  sociales  de  la  libertad  de  empresa,  la defensa de la seguridad y la  salubridad  públicas,  el interés general, el bien común, y el medio ambiente  (Artículos  1º  y 333 de la C.P.) Las restricciones impuestas a la libertad de  empresa  deben  ser  adecuadas,  necesarias  y  proporcionales  para asegurar su  coexistencia  armónica  con  otros derechos y principios constitucionales (Cita  la sentencia C-475/97).   

La  reserva de ley prevista por el artículo  333  no  fue irrespetada por el legislador pues los requisitos impuestos por las  autoridades    (incluidas   las   autoridades   sanitarias)   “…derivan  su  competencia de preceptos constitucionales y legales”.   

Como  conclusión,  señala el interviniente  que  “la  propia  Corte Constitucional, sin precisar  específicamente  cuáles  autoridades deben realizar esta función, y sin darle  competencia  exclusiva  al Congreso… ha señalado que el Estado ¨puede exigir  licencias   de   funcionamiento   de  las  empresas,  permisos  urbanísticos  y  ambientales,  licencias  sanitarias,  de  seguridad,  de idoneidad técnica¨”  (La cita es de la sentencia C-254/95).   

2.2   De  la  Universidad  Nacional  de  Colombia.   

La  referencia  genérica  a  las  demás  normas  sobre la materia, que  hace  el  precepto  acusado,  es razonable pues la normatividad sanitaria es muy  amplia   para   realizar  una  referencia  exhaustiva  de  todos  los  elementos  normativos   que  la  integran.  Se  trata  en  muchos  casos  de  disposiciones  administrativas  tales  como  la  prohibición  de  fumar, la venta de licores a  menores,   la   fijación   de   horarios   para   el   funcionamiento   de  los  establecimientos,  entre otras que, a pesar de no ser expedidas por el Congreso,  deben cumplirse.   

La Ley 9ª es “una  Ley   Marco”  en  lo  relativo  a  establecimientos  comerciales  y  requisitos  sanitarios,  que  se  integra  con las disposiciones  vigentes  sobre  la  materia  pues  la  naturaleza  de  los  establecimientos de  comercio  exige  a  las  distintas  autoridades  proteger la vida, la salud y el  bienestar  de  los  usuarios.  Esta  necesidad,  se  desprende,  además,  de lo  previsto  por  el  artículo  333  de  la  C.P.,  según  el  cual: “…  La  actividad  económica y la iniciativa privada son libres  dentro   de   los   límites  del  bien  común…”.   

3. De organizaciones gremiales  

3.1   De  la  Federación  Nacional  de  Comerciantes (Fenalco).   

El  señor  Guillermo  Botero  intervino  en  representación  de la Federación Nacional de Comerciantes, Fenalco, con el fin  de    solicitar   a   la   Corte   Constitucional   declarar   la   inexequibilidad   del   aparte  normativo  acusado,  por  considerar  que  éste  desconoce  el principio de legalidad y el  derecho  fundamental  al  debido  proceso  consagrados  en el artículo 29 de la  Constitución Política.   

En  virtud  de los principios de legalidad y  supremacía  constitucional,  y  de la organización política del Estado Social  de  Derecho,  toda norma del  ordenamiento  jurídico  debe  estar  basada  en  una  disposición  superior  y  previamente  expedida.  Esto  implica  que  todas  las  normas del sistema deben  respetar  un  orden  jerárquico  determinado y, de esta forma, la Constitución  Nacional,  para  lograr  el  objetivo  de  garantizar la coherencia, seguridad y  certeza del ordenamiento.   

Estima  que  la  disposición  parcialmente  demandada  desconoce  el  principio  de  legalidad  debido a que su contenido es  ambiguo  e  indeterminado,  lo que impide al comerciante tener certeza sobre los  requisitos  que  debe  cumplir para desarrollar su actividad comercial, en tanto  que  las  autoridades  sanitarias  quedan  en  libertad de establecer exigencias  adicionales,   especialmente,   debido   a  que  en  materia  sanitaria  existen  competencias  complementarias  entre  las  autoridades  de  los diversos niveles  territoriales.   

La  inexistencia  de  una definición clara,  precisa  y  preexistente  de  los  requisitos que el comerciante debe cumplir en  materia  sanitaria, afecta el derecho al debido proceso y el derecho de defensa,  pues   la  “predeterminación  normativa”   es   necesaria   para   la   efectividad   de   los   derechos  constitucionales,  toda  vez que permite a los ciudadanos conocer los requisitos  legales  para  el  desarrollo  de sus actividades, y las consecuencias derivadas  del incumplimiento de los mismos.   

La   intervención  concluye  con  algunas  consideraciones   sobre   la  inconveniencia  económica  de  la  pluralidad  de  reglamentaciones   mencionada,   con   base  en  un  documento  del  Consejo  de  Planeación  Económica,  auque  no  concreta,  en  ese sentido, un argumento de  carácter constitucional.   

     

I. CONCEPTO DEL PROCURADOR GENERAL DE LA NACIÓN     

Mediante     concepto    4680  de 15 de  diciembre   de  2008,  el  señor  Procurador General  de        la        Nación        solicitó  a  esta    Corporación  declarar           la           exequibilidad        condicionada         del     aparte    demandado  del  literal b) del artículo 2º de la  Ley   232   de   1995.  A  continuación  se  presentan  los  aspectos  centrales del  concepto:   

1.  De  acuerdo  con el artículo 333 de la Constitución, la actividad  económica  y  la  iniciativa privada son libres dentro de los límites del bien  común,  tal  como  lo  determine  el  Legislador, en  virtud  del  principio  democrático  y  “en aras de  garantizar    el   ejercicio   pleno   de   los   derechos   constitucionalmente  consagrados”.    Por   tal   razón,   el   Estado  no  puede  exigir requisitos o permisos  para su  ejercicio,    que   no  estén  consagrados  en la  ley,  o  autorizados  por  ésta.    Se  trata  de  actividades  que  implican  serias  responsabilidades  sociales,   y   que  solo  pueden    restringirse  en  defensa  del  interés  social,  el ambiente o el  patrimonio cultural de la Nación.   

2.  Una  de  las  manifestaciones de la libertad económica y comercial  es  la  creación de establecimientos de comercio,   cuya   regulación   se   encuentra  en  el  Código  de  Comercio.   Tal  como  lo  establece   el   estatuto   comercial,  todo  aquél  que  se  dedique  al  comercio  tiene  la  calidad  de  comerciante, y   debe   cumplir   con   las   obligaciones   que   la   Ley   les  impone.   

3. En   consecuencia,   está  proscrita  “toda  facultad  en  cabeza  de  las  autoridades  administrativas,  salvo  amparo  legal,  para establecer requisitos relativos al  ejercicio      de      la      actividad     económica,     la     Constitución,  y  el  funcionamiento de la empresa  comercial   e   industrial   y   para  fijar  las  conductas  sancionables,  los  procedimientos       sancionatorios   y   la   clase  de  sanciones  administrativas  a  imponer  por  infracciones   a   la   Constitución”.   

4. La expresión  acusada      tiene      un      contenido      demasiado      amplio,  que  puede  dar lugar a interpretar  que  todas  las  autoridades  públicas están facultadas para expedir actos que  contengan  exigencias  o  requisitos  sanitarios  para  el funcionamiento de los  establecimientos     de     comercio,   o   para   el   ejercicio  de  ciertas  actividades,     lo     cual     no   sería   aceptable   en  consideración  a  los  presupuestos  constitucionales expuestos.   

Con  base  en  las  premisas  referidas,  concluye   el   Ministerio   Público  que   la  expresión  “y   demás   normas   vigentes   sobre   la  materia  sólo  puede  ser exequible si se entiende que tales disposiciones  se  enmarcan  en  una  cualquiera  de las siguientes  situaciones:   (i)   que   sean   de   orden  legal  y  se  encuentren        relacionadas  con  los  asuntos sanitarios; (ii)  que  siendo de naturaleza administrativa su contenido sea únicamente en materia  sanitaria  y  se profieran por el Presidente de la República en ejercicio de la  facultad  conferida  por  el artículo 189-11; y, (iii) que siendo de   naturaleza   administrativa   su  contenido  sea de carácter sanitario y se profieran por la autoridad a quien la  propia ley haya delegado para dicho fin.   

VI. FUNDAMENTOS DE  LA DECISIÓN   

1.  Competencia de la Corte  

De  conformidad  con  lo  dispuesto  en  el  artículo   241,   numeral   4o.   de   la  Constitución  Política,  la  Corte  Constitucional  es  competente  para  conocer y decidir definitivamente sobre la  demanda  de  inconstitucionalidad de la referencia, pues la disposición acusada  forma  parte  de  una Ley de la República, en este caso, de la Ley  232 de  1995.    

2.   Asunto  bajo revisión, y problema  jurídico planteado.   

2.1.  Según la  demanda,  el aparte normativo acusado, al establecer  que  para  el  ejercicio  del  comercio a través de  un    establecimiento  abierto  al  público,  es  obligatorio  cumplir  con las condiciones sanitarias  descritas  en  la  Ley  9ª  de  1979  “y demás  normas  vigentes sobre la materia”, permite imponer  condiciones  a la actividad comercial,  con fundamento en cualquier tipo de  regulación   normativa,   lo   que   a  juicio  del  libelista  desconoce  el  principio  de reserva de  ley   en  la  limitación  o  restricción  de  las  actividades  comerciales,  previsto  en  el artículo 333 de la Constitución. A  partir  de  este cuestionamiento central estima    vulnerados   además   los  artículos 6°, 29, 13, 84 y 113 de la Constitución.   

La          Federación  Nacional  de  Comerciantes  (Fenalco),   coadyuva   la  petición  de  inexequibilidad  de  la  demanda,  al  sostener que el   precepto   demandado,   debido   a  su  contenido  ambiguo  e  indeterminado,  vulnera  el  principio  de  legalidad, impidiendo al comerciante  tener  certeza  sobre  los  requisitos  que  debe  cumplir  para  desarrollar su  actividad comercial.   

Para los demás intervinientes (Ministerio  del   Interior  y  de  Justicia,   Universidad  Nacional  y  Universidad  del  Rosario), la norma es  exequible   puesto   que   el  derecho  a  libertad  económica  y  el  desarrollo  de la iniciativa privada no son absolutos; éstos  deben  ejercerse  dentro de los límites del bien común, el interés social, el  ambiente   y   el   patrimonio   cultural   de   la  nación.  Para      el     cumplimiento     de     esos     fines, la apertura de un establecimiento de  comercio  requiere  de la intervención de diversas autoridades y está sujeta a  exigencias  normativas  que se encuentran dispersas en los regímenes de cada una de esas entidades.   

Para  el  Ministerio Público la  expresión  demandada sólo resulta  exequible,  si  se  entiende  que las disposiciones a las que remite el precepto  acusado   se  refieren  a  asuntos  sanitarios,  son de orden legal, o sí,  tratándose   de   actos   administrativos   fueron   expedidos   en  desarrollo  de  la potestad reglamentaria adscrita al       Presidente      de      la  República (189.11 C.P.),  o  “por  la autoridad a  quien    la   propia   ley   haya   delegado   para  dicho  fin”.   

Previamente al planteamiento del problema,  debe  la  Corte  delimitar  el  ámbito  de  su pronunciamiento, debido a que el  demandante  formula  una pluralidad de acusaciones, sin que ellas cuenten con el  debido sustento argumentativo.   

2.2.   Delimitación   del  ámbito  del  pronunciamiento. Ineptitud sustantiva, parcial, de la demanda.   

La  presentación  en  debida  forma  de las  demandas  de inconstitucionalidad, como materialización del derecho político y  ciudadano  a  interponer  acciones  públicas en defensa de la Constitución, ha  sido   un   tema   ampliamente   desarrollado  por  la  jurisprudencia  de  esta  Corporación2.   

Desde        sus        primeros  pronunciamientos,3 atendiendo al contenido de las  disposiciones  constitucionales y legales que regulan la materia, la Corte dejó  en  claro  que,  aun  cuando la acción de inconstitucionalidad es de naturaleza  pública  y  como  tal  no está sujeta a una técnica especial, quien la ejerce  sí  debe  asumir  una  carga procesal mínima que permita al órgano de control  adelantar  con  diligencia  la  función  que  en ese campo le ha sido asignada,  consistente  en  decidir definitivamente y con alcance de cosa juzgada, las  controversias  sobre  la  validez  de las leyes y los decretos con fuerza de ley  que hayan llegado a su conocimiento a través de demanda ciudadana.   

En  desarrollo del artículo 2° del Decreto  2067   de   1991,   esta   Corporación   ha   sostenido   que   la  demanda  de  inconstitucionalidad   se   entiende  presentada  en  debida  forma,  cuando  el  demandante:  (i) señala las  disposiciones    que    se    acusan   como   inconstitucionales,   (ii)    describe    los   preceptos  superiores   que   se   estiman   violadas   y,   particularmente,  (ii)  expone las razones o motivos por los  cuales    se   considera   que   dichos   textos   constitucionales   han   sido  infringidos.   

Con  relación  a  esta última exigencia ha  expresado  esta  Corporación  que  la  misma  “no se  satisface  con  la  exposición de cualquier tipo de razones o motivos, sino que  es   necesario   que   éstas  sean  ‘claras4,      ciertas5,  específicas6,              pertinentes7   y   suficientes8”9.  Sólo de esta manera el juez  constitucional  puede  hacer  la  confrontación  entre  el texto demandado y la  norma   superior   y   deducir   si   existe   o  no  contradicción10.   

De otra parte, interpretando el contenido del  artículo  6º  del  Decreto 2067 de 1991, la Corte11   ha   establecido  que  en  principio,  es en el auto a través del cual se decide sobre la admisibilidad de  la   demanda,   el   momento   oportuno   para   definir   si   la   acción  de  inconstitucionalidad  cumple o no con los requisitos de procedibilidad a los que  se  ha  hecho  expresa  referencia.  Sin embargo, bajo la consideración que ese  primer  análisis  responde  a  una  valoración  apenas  sumaria de la demanda,  realizada  únicamente  por  cuenta  del  Magistrado  Ponente,  también resulta  jurídicamente  admisible  que  la  Corte  en pleno lleve a cabo el análisis de  procedibilidad  en  la  sentencia, una vez evalúe, además de la acusación, la  opinión  de los distintos intervinientes y el concepto del Ministerio Público.   

Bajo  los anteriores lineamientos, encuentra  la   Corte   que  la  demanda  es  parcialmente  inepta,  por  cuanto  acusa  la  vulneración  de  una  serie  de  preceptos  constitucionales,  sin que presente  razones  que resulten idóneas y adecuadas para estructurar verdaderos cargos de  inconstitucionalidad.   

En efecto, según el demandante, el contenido  normativo  acusado  sería  violatorio  del artículo 29 de la Constitución, en  razón  a  que  los  comerciantes  se  verían  sometidos a disposiciones que no  tienen  rango  de  ley. Esta acusación carece de los requisitos de claridad,      especificidad     y     suficiencia,     puesto  que  el  libelista  no  logra  construir  una argumentación  orientada   a   demostrar   que   existe  una  oposición  entre  la  expresión  “y  demás  normas  vigentes  sobre  la  materia”,  con  alguna  de  las garantías que integran el debido  proceso consagrado en el artículo 29 superior.   

El  libelista  afirma así mismo la presunta  vulneración  del artículo 6° de la Carta en consideración a que “los  comerciantes pueden resultar responsables, y en consecuencia  soportar  sanciones, por el incumplimiento de actos administrativos de carácter  general”.  Esta  censura adolece de los atributos de  claridad,  especificidad  y  suficiencia, puesto  que  el  demandante  no  expone  razones idóneas tendientes  demostrar  por qué la norma que remite a otras disposiciones sin que precise su  naturaleza,  vulnera  la  cláusula general de libertad prevista en el artículo  6°  C.P.,  mediante  la  cual  se  delimita  el  ámbito  de  actuación de los  particulares y de los servidores públicos.   

En  cuanto  a  la  presunta vulneración del  artículo  113  de  la  Carta,  que  contempla  el  principio  de separación de  poderes,  y  colaboración  armónica  entre  ellos,  el  cargo se fundamenta en  argumentos  vagos,  abstractos,  indirectos  y  confusos,  que  contradicen  los  requisitos    de    y   claridad,   especificidad   y  pertinencia.  En  efecto,  el  demandante  afirma  al  respecto  que   este principio de separación de poderes se ve “fragmentado”  y tiende a “desnaturalizarse,”   pues  el  aparte  acusado  otorga  facultades  a  los  órganos  administrativos para establecer y  ejecutar  normas que regulan los requisitos sanitarios para los establecimientos  de  comercio,  desconociendo la cláusula general de competencia del legislador,  “según  la  cual  en  un  Estado  Social de Derecho  únicamente  el legislador da vigencia al principio de legalidad”.  No  suministra  el  actor,  argumentos  serios para establecer una  verdadera  confrontación  entre  el  precepto  acusado, y la norma superior que  invoca  como  vulnerada.  Esta  circunstancia coloca a la Corte en imposibilidad  para  abordar  de fondo el cuestionamiento. Pero además su censura parte de una  comprensión  reducida del principio de legalidad previsto en el artículo 29 de  la  Constitución, que  se funda en una concepción más amplia, referida a  todo  el  ordenamiento jurídico, y fundada en que en el estado de derecho todas  las  competencias  son  regladas,  sin  perjuicio de que ciertas materias estén  reservadas a la competencia del legislador.   

Aduce  así mismo vulneración del artículo  13  de  la Constitución, en razón a que “las normas  a  las que se refiere el aparte acusado pueden ser de diverso tipo y jerarquía,  especialmente,  si  se repara en que pueden ser normas adoptadas por autoridades  de  diversos  órdenes  territoriales”. Este cargo no  se   funda   en   razones   claras   y  específicas,  puesto   que   el   demandante   no  asume  la  carga  argumentativa  que  le  impone  una  acusación  por  presunta  vulneración del  principio  de  igualdad. No precisa cuáles son los extremos sometidos al juicio  relacional,  y  en  qué consistiría el trato diferenciado e injustificado, que  comportaría   un   trato   discriminatorio,   proscrito   en  el  artículo  13  superior.   

Finalmente,   la   censura   por  presunta  vulneración  del  artículo  84  de  la  Carta,  que establece que “cuando  un  derecho  o  una actividad hayan sido reglamentados de  manera  general,  las  autoridades  públicas  no  podrán  establecer ni exigir  permisos,     licencias     o     requisitos     adicionales”,    carece    de   certeza,   pertinencia   y  especificidad.  Al  respecto  el libelista señala que  las  Leyes 232/95 y 9ª /79, regulan de manera general la materia relativa a los  requisitos  sanitarios  para  los establecimientos de comercio, y por ende no se  pueden  “establecer  requisitos adicionales mediante  reglamentos  de  policía”.  En  estos términos, el  demandante  parece  impugnar, no el contenido normativo que acusa en su demanda,  sino  esos eventuales reglamentos sobrevinientes. Parte además, de una errónea  comprensión  de  la  norma superior invocada, en tanto que ésta, ubicada en el  capítulo  relativo  a  la protección y efectividad de los derechos, se orienta  a   destacar la coercibilidad de las regulaciones como garantía del estado  de  derecho para los ciudadanos,  y no a incorporar una limitación para el  legislador como parece entenderlo el demandante.   

En conclusión, la Sala estima que los cargos  consistente  en la presunta vulneración de los artículos 6°, 13, 29, 84 y 113  de    la    Constitución,   no   se   fundamentan   en   razones   claras,       específicas,       ciertas,       pertinentes       y  suficientes,  que  conduzcan  a  la estructuración de  verdaderos  cargos  de  inconstitucionalidad,  por  lo  que  se  inhibirá  para  pronunciarse  sobre  estos  aspectos de la demanda, limitando su pronunciamiento  al  examen  de  la censura consistente en la presunta vulneración del artículo  333 de la Constitución.   

2.3. El problema  jurídico.   

Delimitado  el  ámbito  sobre  el  cual  recaerá      este  pronunciamiento,  precisa  la  Sala  que el problema  jurídico   que   debe   resolver   radica  en   establecer   si   la   expresión   “y  demás  normas  vigentes  sobre  la  materia”  contenida  en  el  literal b)    del   artículo   2º   de   la  Ley        232       de       1995,    al  efectuar   una   remisión   genérica   a   normas  vigentes,  vulnera  el  artículo   333  de la Constitución,  según el cual para el ejercicio de la libertad de empresa y la  iniciativa  privada,  “nadie podrá exigir permisos  previos   ni  requisitos  sin  autorización  de  la  ley”.    

Para   resolver   el   problema  jurídico  planteado,  la  Corte:  (i) se  referirá  a  los  límites  impuestos  por  el  Constituyente  al  derecho a la  libertad  de  empresa;  (ii)  hará  alusión  a  la relación entre la reserva de ley en la regulación de la  actividad  empresarial  y  la  facultad  de  intervención  gubernamental  en la  materia.  En  ese marco, (iiv)  se    pronunciará    sobre     los    cargos    de    inconstitucionalidad  formulados.   

    

1. Límites  constitucionales  a  la  libertad de empresa. Reiteración de jurisprudencia     

3.1 De conformidad con el artículo 333 de la  Constitución  Política,  la  libertad  de  empresa y la iniciativa privada son  libres  dentro  de  los  límites  del  bien  común.  En este sentido, la norma  constitucional  prevé que la empresa, como base del desarrollo económico de la  sociedad,  tiene  una  función social que implica determinadas obligaciones. En  correspondencia  con lo anterior, la misma disposición establece que el Estado,  por  mandato  de  la  ley,  deberá  impedir  que  se obstruya o se restrinja la  libertad  económica  y  evitará  o  controlará cualquier abuso que personas o  empresas hagan de su posición dominante en el mercado nacional.   

3.2  En  virtud  de  lo  expuesto,  la Corte  Constitucional   ha  sostenido  que  la  libertad  de  empresa  consiste  en  la  “libertad  que  se  reconoce  a  los ciudadanos para  afectar  o destinar bienes de cualquier tipo (principalmente de capital) para la  realización  de  actividades  económicas  para la producción e intercambio de  bienes            y            servicios12”.       Así     las     cosas,    la   libertad  de  empresa  implica  “el  derecho  de  ejercer  y  desarrollar  una  determinada  actividad económica, de  acuerdo  con  el  modelo  económico  u  organización institucional13”,  que  para  el  caso  colombiano  se  fundamenta   en   la   libertad   de   competencia   y   en   una   “economía   social   de  mercado”14.   

3.3   De   este  modo,  la  jurisprudencia  constitucional  ha advertido que la libertad de empresa no constituye un derecho  fundamental,  salvo  si  su  afectación  implica  la violación o amenaza de un  derecho     que     tenga     esa     naturaleza15.  Así  mismo,  ha sostenido  que  la  libertad  de  empresa  involucra la iniciativa privada y la libertad de  competencia16,  ámbitos  igualmente  protegidos  por  la  Constitución  y  cuya  restricción  y  regulación,  según  el  modelo constitucional impuesto por la  Carta   de  1991,  son  ejercidas  por  el  Estado17.   

3.4   En   efecto,  esta  Corporación  en  múltiples  oportunidades  ha  indicado que el derecho a la libertad de empresa,  en  sus  diferentes  ámbitos  de  expresión,  no  puede  ser entendida como un  derecho                   absoluto18.  Al  respecto, ha recordado  que  por  expreso  mandato  constitucional,  el  legislador  puede  delimitar su  alcance  “cuando  así lo exijan el interés social,  el  ambiente  y el patrimonio cultural de la Nación”  (Art.  333  de  la  C.P.).  Así,  ha  dicho la Corte, se entiende que el Estado  intervenga  en  la economía “con el fin de conseguir  el  mejoramiento  de  la  calidad  de  vida  de los habitantes, la distribución  equitativa   de   las  oportunidades  y  los  beneficios  del  desarrollo  y  la  preservación  de  un  ambiente sano.”, así como, de  manera  especial,  para  “dar  pleno  empleo  a  los  recursos  humanos  y  asegurar  que  todos  las  personas,  en particular las de  menores  ingresos,  tengan  acceso efectivo a los bienes y servicios básicos”  (Art. 334 de la C.P.).   

3.5  A  juicio de la Corte, la intervención  del  Estado  en  la economía se justifica en la medida en que a través de ella  se  pretende  conciliar  los  intereses  privados  de  quienes  participan en el  mercado,  con  el  interés  general  de  la  comunidad  expresado en las normas  constitucionales             señaladas19.   Por   ello,   desde  sus  primeras sentencias, esta Corporación ha resaltado que:   

“[El]  Estado  al  regular  la  actividad  económica  cuenta  con  facultades  para establecer límites o restricciones en  aras  de  proteger la salubridad, la seguridad, el medio ambiente, el patrimonio  cultural  de  la  Nación,  o  por razones de interés general o bien común. En  consecuencia,   puede  exigir  licencias  de  funcionamiento  de  las  empresas,  permisos  urbanísticos  y  ambientales,  licencias sanitarias, de seguridad, de  idoneidad  técnica,  etc., pero en principio y a título de ejemplo, no podría  en  desarrollo  de su potestad de intervención interferir en el ámbito privado  de  las  empresas, es decir, en su manejo interno, en las técnicas que se deben  utilizar  en  la  producción  de  los  bienes  y  servicios, en los métodos de  gestión,  pues  ello  atentaría  contra la libertad de empresa y de iniciativa  privada;  pero  sí  puede,  desde luego, proteger los intereses sociales de los  trabajadores,  las  necesidades  colectivas  del  mercado,  el  derecho  de  los  consumidores  y  usuarios,  etc. De ahí que se haya dicho que “la autonomía de  la  voluntad  y  por  tanto de empresa ya no se proyecta sobre el mercado con la  absoluta  disponibilidad  y  soberanía  de antaño, sus limitaciones de derecho  público  o  privado  forman  parte ya del patrimonio irreversible de la cultura  jurídica  contemporánea.  Y,  en  tal  sentido,  no puede interpretarse que el  mandato  constitucional  de  la libertad de empresa comporta el desmantelamiento  integral    de    todas    esas    restricciones   y   limitaciones.20”   

3.6  Ahora  bien,  de  conformidad  con  la  jurisprudencia  de  este  Tribunal,  no  todas  las limitaciones al derecho a la  libertad  de  empresa,  a la iniciativa privada y a la libre competencia, tienen  respaldo  constitucional.  De  hecho,  la  Corte  ha  considerado los siguientes  criterios  para  establecer  si  una limitación a las libertades económicas se  ajusta  a los fines superiores dispuestos para el efecto en los artículos 333 y  334           de          la          C.P.21:   

    

1. La limitación debe llevarse a cabo  por ministerio de la ley.   

2. No puede limitar el núcleo esencial  del derecho.   

3. Debe  obedecer  a  finalidades o  motivos expresamente señalados en la Constitución.   

4. Debe  estar  conforme  con  los  principios de razonabilidad y proporcionalidad.     

Sobre   los   criterios   expuestos,  esta  Corporación ha sostenido:   

“[L]as limitaciones que la ley imponga a la  actividad  económica  y  a  la  libre  competencia,  habrán  de  ser  serias y  razonables.  Se  trata  de  dos  derechos  constitucionales  que  si bien son de  configuración  legal,  describen un ámbito de actuación privada que, a partir  de  un  cierto  límite, no es susceptible de ser restringida adicionalmente, so  pena  de  vulnerar sus núcleos esenciales. En este sentido, aparte de los fines  propios  de  la  intervención  del Estado en la economía que se señalan en el  artículo  334  de  la  CP, la libertad de empresa – en el lenguaje de la CP “la  actividad  económica  y la iniciativa privada” – y la libre competencia, pueden  ser  delimitadas  por  la  ley  cuando  así  lo  exijan  el interés social, el  ambiente  y  el  patrimonio  cultural de la Nación (CP art. 333). La seriedad y  razonabilidad  de las medidas legales limitativas de la actividad económica, no  la  coartan.  Por  el  contrario,  la  restricción legal persigue conciliar los  intereses  de la actividad económica libre con los que demanda la atención del  bien  común, en un sistema que en razón de sus fundamentos debe guiarse por el  principio  pro libertate. De  ahí  que,  a  título  de  garantía  adicional,  se disponga que “las leyes de  intervención  económica, previstas en el artículo 334 (…) deberán precisar  sus  fines  y  alcances  y  los  límites  a  la  libertad  económica” (CP art.  150-21).22”   

3.7  En  suma, las libertades económicas no  son  absolutas.  De ahí que por expreso mandato constitucional, el Estado pueda  limitar  sus  alcances  “cuando  así  lo  exijan el  interés  social,  el  ambiente  y  el  patrimonio  cultural  de  la Nación”,  así   como   intervenir  en  la  economía para garantizar el cumplimiento de los  fines  previstos en la Constitución (Art. 334). En este sentido, se reitera que  para  efectos  de  determinar  la constitucionalidad de una medida que restrinja  dichas  libertades,  se  debe  tener en cuenta que los límites en comento sólo  pueden  ser  impuestos  en virtud de la ley y obedecer a importantes propósitos  constitucionales  y  a  los  principios de proporcionalidad y razonabilidad. Por  ello,  no  será  constitucionalmente  admisible  la  limitación  que las anule  completamente o las haga nugatorias.   

4.  La reserva de ley y la intervención del  Estado en la economía. Reiteración de jurisprudencia   

4.1  En desarrollo de los mandatos previstos  en  los  artículos  333  y  334  de la Constitución, la jurisprudencia de esta  Corte ha precisado que:   

“Dentro de las funciones que le corresponde  asumir  al  Estado,  cabe  mencionar,  además  de  las  llamadas  tradicionales  -legislativa,  ejecutiva y judicial-, la función de intervención general en la  economía,  la  cual  fue  instituida, de acuerdo con la doctrina especializada,  para  permitirle  a  la  organización  estatal orientar y encausar la actividad  privada,  de  manera  que la misma se promueva y desarrolle de forma más acorde  con  el  bien  común,  esto  es,  en  armonía  con  los  fines que le han sido  encomendados           al          Estado.23”   

4.2  En  este  sentido,  ha advertido que en  virtud  del texto constitucional, la intervención del Estado en la economía se  surte  por  cuenta  de  varios  poderes  públicos  y  a  través  de diferentes  instrumentos         de         regulación24. Así, la Corte ha entendido  que  no  sólo el legislador tiene la potestad para intervenir en la economía a  través  de  la  expedición  de  leyes  (Art. 150-21 y 334 de la C.P.), pues la  intervención  económica  del  ejecutivo también tiene respaldo constitucional  (Art. 189-11 de la C.P., entre otros).   

Al respecto, en la sentencia C-1040 de 2007,  la Corte precisó:   

“Un rol protagónico corresponde sin duda,  al  Congreso  de  la  República, por medio de la expedición de leyes, bien sea  que  se  trate  específicamente  de  leyes  de  intervención económica (Arts.  150.21   y   334),  como  de  otras  leyes  contempladas  en  el  artículo  150  constitucional  (por  ejemplo,  las  leyes marco del numeral 19, o las leyes que  versen  sobre servicios públicos domiciliarios previstas en el numeral 23 de la  misma  disposición)  o  en  general  mediante  el  ejercicio  de su potestad de  configuración  en materia económica. Pero la Constitución de 1991 también le  confirió  a la rama ejecutiva del poder público importantes competencias en la  materia,  no  sólo  mediante  el  ejercicio  de la potestad reglamentaria, sino  asignándole  específicas  atribuciones  de  inspección,  vigilancia y control  respecto  de ciertas actividades o respecto de determinados agentes económicos.  En  conclusión, la Carta de 1991 tanto en su parte dogmática, como en su parte  orgánica  configuró  un  Estado  con amplias facultades de intervención en la  economía,  las cuales se materializan mediante la actuación concatenada de los  poderes públicos.”   

4.3 De ahí que las formas de intervención  en  la  economía  puedan corresponder a variados esquemas que, según el caso y  la  finalidad  constitucional  perseguida,  puedan  ser  flexibles  o  rígidos;  situación  que,  en  principio,  implica la participación de varias instancias  del  Estado  y  no  sólo  del  poder  legislativo25.   

4.4  De tal manera que, en concordancia con  la  jurisprudencia  constitucional,  de conformidad con los artículos 333 y 334  de  la  Constitución,  “La  función de regulación  [de  la economía] usualmente  exige   de   la   concurrencia   de,   a   lo   menos,   dos   ramas  del  poder  público26”.  Al  respecto, es claro que este tipo  de  intervención  del  Estado  en  la economía se justifica en la necesidad de  materializar   los   fines   previstos  en  la  Constitución  respecto  de  las  características  del orden económico y social definido en la Carta27.  De  este  modo,  a  juicio  de  la  Corte,  “el  Estado  puede  establecer   diversas   y   complementarias   formas   de   intervenir   en   la  economía,”,   toda   vez   que:    

“[P]or  esa  vía  se  busca  orientar la  actividad  hacia  la  consecución  de ciertos resultados que sean afines con el  interés  general y con los objetivos y propósitos que, según sus específicos  postulados,  pretenda  la  respectiva  forma  de  organización  estatal. En ese  escenario,  atendiendo  al  modelo  económico  existente,  el Estado tendrá un  mayor  o  menor  grado  de intervención para lograr la efectividad de los fines  sociales  propuestos  y  para  corregir  los  defectos  e  imperfecciones de los  mercados.28”   

4.5 Es preciso señalar, sin embargo,   que  aunque  la  intervención  del  Estado  en  la  economía se lleva a cabo a  través  de  distintas  autoridades  públicas y mediante diversos instrumentos,  por  expreso  mandato  constitucional  el primero en cumplir con esa labor es el  Congreso de la República.   

En  este  sentido,  la  jurisprudencia  ha  entendido  que  al Congreso le corresponde señalar los criterios conforme a los  cuales,  las  demás  autoridades  intervendrán  en la economía, así como los  instrumentos y los límites que deben seguir para el efecto.   

Sobre  el particular, en la sentencia C-909  de 2007, la Corte explicó:   

“[A]l  legislador  le  corresponde:  (i)  dictar  las normas generales y señalar en ellas los objetivos y criterios a los  cuales  debe  sujetarse  el  Gobierno  para regular las actividades financieras,  bursátil,   aseguradora   y   cualquier   otra   relacionada   con  el  manejo,  aprovechamiento  e  inversión  de los recurso captados d el público (C.P. art.  150-19-d);  (ii)  dictar las normas a las cuales debe sujetarse el Gobierno para  el  ejercicio  de  las  funciones  de  inspección  y vigilancia que le han sido  atribuidas  (C.P. arts. 150-8 y 189-24); (iii) regular la forma de intervención  económica  del  Estado  (C.P.  arts.  189-25, 334 y 335); (iv)  dictar las  normas  que regirán la prestación de los servicios públicos; y (v) dictar las  normas  con  sujeción  a  las  cuales  el  Gobierno  puede  intervenir  en  las  actividades  financieras,  bursátil,  aseguradora  y cualquier otra relacionada  con  el  manejo,  aprovechamiento  e  inversión  de  los  recurso  captados del  público (C.P. art. 335).”   

4.6  En  síntesis,  la  intervención  del  Estado  en  la  economía  se  surte  por cuenta de varios poderes públicos y a  través  de  diferentes  instrumentos  de regulación. Es claro que este tipo de  intervención  se  justifica en la necesidad de materializar los fines previstos  en  la Constitución y la realización del orden económico y social definido en  la  Carta.  En  todo caso, aunque la intervención del Estado en la economía se  lleva  a  cabo  a  través  de  distintas  autoridades  públicas  y de diversos  instrumentos,  por expreso mandato constitucional, el primero en cumplir con esa  labor  es  el  Congreso  de  la  República.  Así,  al  Congreso le corresponde  señalar   los   criterios   conforme  a  los  cuales,  las  demás  autoridades  intervendrán  en  la  economía,  así como los instrumentos y los límites que  deben seguir en el ejercicio de esa potestad.   

5. Examen de constitucionalidad de la norma  acusada   

5.1. El sentido y alcance del literal b) del  artículo 2° de la Ley 232 de 1995.   

5.1.1  La  demanda  se  dirige  contra  la  expresión   “y  demás  normas  vigentes  sobre  la  materia”  contenida  en  el literal b) del artículo  2°  de  la  Ley 232 de 1995. Esta  ley constituye  el marco normativo  establecido  por  el  legislador  para  la regulación del funcionamiento de los  establecimientos  de  comercio abiertos al público29.   

La   mencionada   regulación   tuvo  como  propósito  armonizar el interés general de la sociedad y los consumidores, con  el  fomento  de  la  libre  iniciativa de los particulares. En sentido, el marco  normativo  en mención se orientó a garantizar la seguridad, la salubridad y la  tranquilidad,  tanto  de  quienes  laboran  en  los establecimientos de comercio  abiertos  al  público,  como  de los ciudadanos que ingresan a ellos a adquirir  bienes  o  servicios,  y  en  general  de  quienes interactúan con la actividad  comercial              correspondiente30.  De  otra parte, la aludida  regulación  prohibió  a  las autoridades la exigencia de permisos o trámites,  fuera  de  los  consagrados  expresamente por la ley.  31   

En  efecto, la ley 232 de 1995, suprimió la  licencia  de  funcionamiento  como  requisito  previo  para  el  ejercicio de la  actividad  mercantil   a través de los establecimientos de comercio. En su  lugar,  estableció  una  serie  de  condiciones,  fundadas  en  la necesidad de  preservar   el   orden  público  y  de  salvaguardar  la  salubridad  pública,  prerrogativas  que  se inscriben en el ejercicio del poder de policía por parte  del legislador.   

La  ley  impone  al  responsable  actual del  establecimiento  de  comercio  la carga de mantener  al día los requisitos  de  funcionamiento  exigidos  por  la  Ley  232  de 1995, como un desarrollo del  principio  constitucional  de  la  buena  fe,  sin  que  autoridad  alguna pueda  exigirle   licencia   o   permiso   de   funcionamiento  para  la  apertura  del  establecimiento  comercial (Art. 1°).  El incumplimiento de los mismos, lo  expone   un  procedimiento  administrativo  sancionatorio,  que  puede  culminar  incluso, con el cierre definitivo del establecimiento (Art. 4°).   

Así     las    cosas,    “el  régimen  establecido en la Ley 232 de 1995, pretendió de un  lado,  unificar los requisitos exigidos para la apertura de los establecimientos  de      comercio      a      nivel     nacional32,  y  del  otro, suprimir las  exigencias  de  licencia  previa,  permiso  de  funcionamiento o cumplimiento de  requisitos  de  todo  tipo,  a  los  particulares,  distintos a los expresamente  establecidos  por  el  legislador  (art  1º  Ley 232 de 1995), en la apertura y  funcionamiento   de   estos   establecimientos”33.    

     

1. El propósito fundamental de la Ley,  consistente   en   suprimir   el   requisito  previo  de   la  licencia  de  funcionamiento  para  la  apertura  de  un establecimiento comercial34,  como  estrategia  para impulsar el ejercicio de la libre iniciativa privada, se revela  en  el  artículo  1°  que  establece  que: “Ninguna  autoridad  podrá  exigir  licencia o permiso de funcionamiento para la apertura  de  los  establecimientos comerciales (…), o para continuar su actividad si ya  la  estuviere  ejerciendo,  ni  exigir  el  cumplimiento  de  requisito  alguno,  que   no   estén   expresamente  ordenado  por  el  legislador”     

En concordancia con ello el artículo 5° de  la   Ley   comentada  prevé  que:  “Los  servidores  públicos  que  exijan  requisitos  no  previstos ni  autorizados  por  el  legislador  incurrirán por este  sólo  hecho  en  falta  gravísima,  sancionable  conforme  a las disposiciones  previstas   en  el  Código  Único  Disciplinario”.  (Destaca la Sala).   

5.1.3  De  otra  parte,  el  interés  del  legislador  de  conciliar  el propósito de favorecer la iniciativa privada, con  intereses  legítimos  de  la  comunidad como la tranquilidad, la seguridad y la  salubridad,  se  evidencia  en  el  precepto  del  cual  forma  parte  el aparte  normativo  acusado.  En  efecto,  en  el artículo 2° de la Ley 232 de 1995, el  legislador  fijó  como  límites  a  la  actividad  comercial ejercida mediante  establecimiento  de  comercio  abierto al público, el cumplimiento de una serie  de    condiciones   relacionadas   con   el    orden   público35   

, tales como el uso del suelo, la intensidad  auditiva,   los   horarios   (Num.  1°),   y  la  salubridad  (Num.  2°).   

Sobre  este  último  aspecto  señaló  que  “es obligatorio para el ejercicio del comercio   que   los   establecimientos   abiertos   al  público  reúnan  los  siguientes  requisitos:  (…)  b) Cumplir con las condiciones sanitarias descritas por  la  Ley 9ª de 1979 y demás normas vigentes sobre la  materia.   

5.1.4  La  remisión  que  hace el enunciado  normativo  acusado  a  las  “demás  normas vigentes  sobre  la  materia”,  es claro para la Sala que hace  referencia    a    normas    emitidas   en    materia   sanitaria.   En  lo  que concierne a la jerarquía de las disposiciones a las que  remite,  del  contexto  normativo  en  que  se  inserta  la expresión, y de los  propósitos  que animaron la iniciativa legislativa,  se deduce que remite,  a  disposiciones  de  rango  legal, inferencia que surge del artículo 1° de la  ley,  conforme  al  cual  “Ninguna  autoridad podrá  (…)    exigir   el   cumplimiento   de  requisito  alguno,   que  no  estén     expresamente   ordenado   por   el  legislador”.   En  similar sentido el artículo  5°  ib.  prevé  que  “Los servidores públicos que  exijan  requisitos no previstos ni autorizados por el  legislador,  incurrirán  por ese sólo hecho en falta  gravísima,  sancionable  conforme  a  las disposiciones previstas en el Código  Único      Disciplinario”.      (Destaca     la  Sala).   

En efecto, la Ley 232 de 1995, se inspiró en  el  propósito  de  unificar,  a nivel nacional,  los requisitos de diversa  índole,  ente  ellos  los  de carácter sanitario, exigibles a los comerciantes  que  ejercen su actividad a través de un establecimiento de comercio, así como  en  la  intención  de  eliminar  la  multiplicidad  de  trámites, exigencias y  requisitos  que  pudieran obstruir, e incluso hacer nugatorio el ejercicio de la  libertad  de  empresa. Adicionalmente, se advierte en esta  regulación una  pretensión  de  adecuación  de  sus  contenidos  al  parámetro constitucional  establecido  en  el  artículo  333 de la Constitución, según el cual, para el  ejercicio  de  la  actividad  económica  y  la  iniciativa privada “nadie  podrá exigir permisos previos ni requisitos, sin autorización de la ley”.   

5.1.5  En ese orden de ideas, evidentemente,  de  los  antecedentes  y del contenido de la ley se deriva una clara pretensión  de  erradicar  la  posibilidad  de  que  cualquier  autoridad administrativa, de  cualquier  nivel,  pudiera  establecer  requisitos para el ejercicio  de la  actividad  económica,  práctica  que  repercutiría  en una incertidumbre, que  además  de  erosionar  los  principios  de  legalidad  y  seguridad  jurídica,  impondría  ilegítimas  limitaciones   a  la  libertad  de  empresa  y  al  desarrollo     de     la     iniciativa     privada,     protegidos    por    la  Constitución.   

Este   propósito   del   legislador  fue  refrendado   por   el   artículo   27   de   la  Ley  962  de  200536   

,  según el cual en lo relativo a los  requisitos   para   el   funcionamiento  de  establecimientos  de  comercio  las  autoridades  y  servidores  públicos  “se sujetarán  únicamente,  a  lo  dispuesto  en  la  Ley  232  de 1995, (…) en cuanto a los  requisitos  exigibles  para la apertura y funcionamiento de los establecimientos  de  comercio.  No podrá condicionarse el cumplimiento de los requisitos legales  a  la  expedición de conceptos, certificados o constancias que no se encuentran  expresamente   enumerados   en   la   citada   ley”.   

Esa  clara opción del legislador por exigir  que  los requisitos sanitarios para el funcionamiento de los establecimientos de  comercio,   deben   estar   “ordenados”   (Art.   1°   L.  232/95)   o  “autorizados”     (Art.    5°    ib.)  por  el   órgano  legislativo,  no excluye sin embargo, la  remisión  a  normas  de contenido sanitario proferidas por el Gobierno nacional  en  ejercicio  de  la  facultad reglamentaria de que dispone para desarrollar el  contenido  general  de las leyes (art 189.11), ó en cumplimiento de la función  de  inspección  y  vigilancia  sobre  agentes  y  actividades mercantiles (Art.  189.25);  como  tampoco  las  proferidas  en  desarrollo  de  lo lineamientos de  intervención  económica  trazados por el Congreso (Art. 334 C.P.).  Estas  hipótesis   normativas   se   encuentran  explícitamente  autorizadas  por  la  Constitución,  pero  además  se producirían siempre en el marco de la ley que  es  objeto de reglamentación;  o de aquella que regule la actividad objeto  de  inspección  y  vigilancia;  o  de  la  ley  que,  en  su  caso, autoriza la  intervención.   

Los requisitos, tanto sanitarios como de otra  índole,  tal  como lo señala la ley bajo examen (Arts. 1° y 5°), en armonía  con  lo preceptuado en el artículo 333 de la Constitución, sólo podrán estar  previstos  en  la  ley,  es  decir  en  norma expedida por el Congreso. Ello sin  perjuicio  de  la  potestad  reglamentaria,  de  inspección  o  vigilancia o de  intervención  que  asiste  al  Gobierno,  en  el  estricto  marco de la ley que  autoriza y señala los lineamientos en cada una de esa hipótesis.   

Así  lo  destacó  esta  Corporación  al  enfatizar  que  la  Ley 232 de 1995 constituye el marco  de   legalidad  dentro  del  cual  debe  ejercerse  la  función   de   policía   de   controlar   los  establecimientos  de  comercio:   

“15. Lo previsto en la norma citada [Art.  2°   Ley   232/95]  constituye  el  marco  de  legalidad  dentro  del  cual  la  función  y  actividad  de  policía  pueden ejercerse  respecto  del  control  del  ejercicio  de  la  libertad económica e iniciativa  privada.  Empero,  ni los alcaldes municipales ni los  miembros  de  la  Policía  Nacional  pueden  restringir  el  ejercicio  de esta  actividad   por  fuera  de  lo  previsto  en  la  Ley  232  de  1995.  La  misma  ley  en  su  artículo  3º prescribe que en cualquier  tiempo  las  autoridades policivas podrán verificar el estricto cumplimiento de  los  requisitos  señalados  en el artículo anterior. Los límites previstos en  la  Ley 232 concuerdan con las situaciones jurídicas descritas en los numerales  1.,  4. y 5. del artículo 208 del Código Nacional de Policía y los artículos  195  y  219  del Decreto 1355 de 1970 son el desarrollo de la reglamentación de  la  actividad de policía en  el  control  de  los  establecimientos abiertos al público. En consecuencia, la  reglamentación  prevista  en  las disposiciones demandadas (art.195, 208 y 219)  no  es  contraria  a  la  Carta  Fundamental porque en primer lugar, es la misma  Constitución  Política  la que prescribe que por medio de la ley se definirán  los  límites  para  el  ejercicio  de  la  libertad  económica y la iniciativa  privada  y en segundo lugar, el reconocimiento de la libertad de empresa se hace  conforme  al  respeto  del  bien  común  y  sus  limites son el resultado de la  protección  de  las condiciones mínimas de seguridad, tranquilidad, salubridad  y   moralidad  públicas  dentro  de  las  cuales  se  puede  ejercer  el  libre  comercio”37.  (Destacó la Sala).   

Establecidas  las  premisas  a partir de las  cuales  se  adoptará  la  decisión  correspondiente,  así  como  el alcance y  sentido    de   la   expresión  normativa  acusada,  procede  la  Corte  a  pronunciarse sobre los cargos de la demanda.   

5.2.  Análisis de los cargos de la demanda.  La  constitucionalidad  de  la  expresión “y demás  normas  vigentes  sobre  la materia”, contenida en el  literal b) del artículo 2° de la Ley 232 de 1995.   

5.2.1 Según la  demanda,  el  aparte  normativo acusado, al establecer que para el ejercicio del  comercio  a  través  de  un establecimiento abierto al público, es obligatorio  cumplir  con  las  condiciones  sanitarias  descritas  en  la  Ley  9ª  de 1979  “y    demás   normas   vigentes   sobre   la  materia”,  permite   imponer   condiciones  a  la  actividad  comercial,  con  fundamento    en    cualquier    tipo   de   regulación   normativa.    Ello,     a   juicio   del  actor,   es  incompatible  con  el principio de  reserva  de  ley  en  la  limitación  o  restricción  de  las  actividades  comerciales,  previsto en el  artículo 333 de la Constitución.   

Esto  indica,  que  los  requisitos  tanto  sanitarios  como  de  otra  naturaleza, que se exigen a los comerciantes para el  funcionamiento  de  los establecimientos de comercio abiertos al público, deben  estar  previstos  en  norma  de rango legal, tal como se deriva del contenido de  los  artículos 1° y 5° de la Ley 232 de 1995, y del propósito de ordenación  y     unificación     de     requisitos     que    orientó    la    mencionada  regulación.   

5.2.3  La  imposición  de  requisitos  de  contenido  sanitario  para el funcionamiento de los establecimientos de comercio  abiertos  al  público,  constituye  una limitación razonable al ejercicio a la  libertad  de  empresa  y  la  iniciativa privada, que encuentra fundamento en la  promoción  del  bien común y  en  el  desarrollo  de  la función social que  el  artículo  333  de la Constitución, atribuye a la empresa,  como  base del desarrollo. No obstante, esos requisitos deben estar establecidos  por  el  legislador,  en  los  términos  en  que  quedó  establecido  en  esta  sentencia,  a  efecto  de  cumplir  con el mandato prohibitivo establecido en el  mismo  precepto  superior,  según  el  cual,  para el ejercicio de la actividad  económica  y  la  iniciativa  privada  “nadie podrá  exigir   permisos  previos  ni  requisitos,  sin  autorización  de  la  ley”.   

La remisión que el literal b) del artículo  2°  de  la  Ley  232  de  1995, hace a las “demás  normas  vigentes  sobre  la  materia”,  no resulta  así   contraria   a  la  Constitución,   puesto  que  se  inserta  en  una  regulación  claramente  orientada  a  radicar  en el legislador la competencia  para “ordenar” o   “autorizar”   los  requisitos  exigibles  a  los  comerciantes  para  operar  establecimientos  de  comercio,  y  por  ende a corregir prácticas regulatorias  dispersas  que    conducían    a   la       proliferación  de  requisitos  emanados  de  autoridades  administrativas de  todos   los   niveles,   que   podrían  entrañar  limitaciones  irrazonables  y  desproporcionadas a la  libertad de empresa.   

5.2.4 La norma  impugnada  resulta  así  acorde con el artículo 333  de  la  Constitución,  según  el cual la  actividad económica y la iniciativa privada son libres dentro  de  los  límites del bien común, y en los términos  en  que  lo determine el  Legislador.  El  Estado no puede exigir requisitos o  permisos   para  su  ejercicio,  que  no  estén  consagrados  en la ley, o  autorizados  por ésta. Se trata de una actividad que  implica  serias  responsabilidades  sociales,  y que  solo  puede limitarse o condicionarse al cumplimiento  de  requisitos  inspirados en la defensa del interés  social, el ambiente o el patrimonio cultural de la Nación.   

Es        claro,  que  el  ejercicio  de  la  actividad  lícita del  comercio  requiere  de precisas   definiciones  por  parte del legislador sobre   las   exigencias   que  deben  cumplirse,        particularmente   en   materia  sanitaria,   con  el  propósito  armonizar         dicha     actividad     empresarial  con las limitaciones que imponen los derechos de los  usuarios  y  las  exigencias del bien común. Sin embargo, como se ha reiterado,  estas  exigencias  deben  ser  de  orden  legal, sin  perjuicio  de  la facultad reglamentaria atribuida al  Presidente    de   la  República    y   del  ejercicio  de  su  potestad  de  inspección  y  vigilancia  sobre  determinadas  actividades,   así   como   de  las  facultades  de  intervención    en    la    economía    otorgadas    por   “mandato   de   la   ley”   (Art.   334  C.P.)   

5.2.5 No comparte la Sala la afirmación del  Ministerio  Público,  en el sentido que la norma acusada tiene un contenido muy  amplio,  al  punto  que  puede dar lugar a interpretar que todas las autoridades  públicas  están  facultadas  para  expedir  actos  que  contengan exigencias o  requisitos  para el funcionamiento de los establecimientos de comercio. Tal como  quedó  establecido  en los fundamentos de esta decisión, (Fundamento jurídico  No.  5.1)  una  interpretación  sistemática  de  la  ley, tomando en cuenta el  contexto  en que se expidió y los propósitos que la animaron, permiten excluir  la  posibilidad  de  que  a  través  de  normas  reglamentarias  se establezcan  requisitos  o  exigencias  para  el  funcionamiento  de  los  establecimiento de  comercio, que no estén previstas en la Ley.   

De  manera contundente los artículos 1° y  5°  de  la  ley  en  que se inserta el segmento normativo acusado, prohíben la  exigencia  de  requisito  alguno  que no esté “ordenado” o “autorizado”  por  el  legislador.  Por  lo  tanto,  no  resulta  necesaria la emisión de una  sentencia interpretativa como lo propone el señor Procurador.   

5.2.6  Con  fundamento  en  las  anteriores  consideraciones  la  Corte  declarará la exequibilidad simple de la expresión,  “y  demás  normas  vigentes  sobre  la  materia”  contenida en el literal b) del artículo 2° de la Ley  232  de  1995  “Por medio de la cual se dictan normas  para el funcionamiento de los establecimientos comerciales”   

VII. DECISIÓN  

RESUELVE:  

Declarar        EXEQUIBLE,         por  el  cargo  analizado, la      expresión     “y  demás  normas vigentes sobre la  materia”,  contenida en  el   literal   b)   del   artículo   2º   de   la  Ley   232   de   1995.   

Notifíquese,  comuníquese,  cúmplase,  e  insértese   en   la   Gaceta  de  la  Corte  Constitucional,  y  archívese  el  expediente.   

NILSON PINILLA PINILLA  

Presidente  

MARÍA VICTORIA CALLE CORREA  

Magistrado            

   

MAURICIO GONZÁLEZ CUERVO  

Magistrado  

JUAN CARLOS HENAO PÉREZ  

Magistrado   

            

   

GABRIEL EDUARDO MENDOZA MARTELO  

Magistrado  

Magistrado  

            

   

JORGE IGNACIO PRETELT CHALJUB  

Magistrado  

HUMBERTO ANTONIO SIERRA PORTO  

Magistrado            

LUIS ERNESTO VARGAS SILVA  

Magistrado  

MARTHA      VICTORIA     SÁCHICA  MÉNDEZ   

Secretaria  General  

    

1  Mediante   una    sentencia   interpretativa  (C-509  de  2004),  la  Corte  Constitucional     declaró     exequible     este     precepto     “únicamente  por  los cargos estudiados en esta oportunidad y en  el  sentido  que  también  deberá  exigirse el comprobante de pago en aquellos  casos  en  que los autores acojan formas de asociación diferentes a la gestión  colectiva,  o realicen sus  reclamaciones en forma individual”.   

2 Sobre  el  punto, se pueden consultar, entre otras, las Sentencias C-131 de 1993, C-447  de  1997, C-250 de 1999, C-402 de 1999, C- 170 de 2004, C-865 de 2004, C-1115 de  2004,   C-181  de  2005,  y C-980 de 2005. Una síntesis comprehensiva  de  este  precedente se encuentra en la C-1052 de 2001. Para el presente caso se  utiliza  la  exposición  efectuada más recientemente en la sentencia C- 980 de  2005.   

3  Sentencia C-131 de 1993, M.P. Alejandro Martínez Caballero.   

4  La  claridad   de  la  demanda  es  un  requisito indispensable para establecer la  conducencia   del   concepto  de  la  violación,  pues  aunque  “el   carácter  popular  de  la  acción  de  inconstitucionalidad,  [por regla general], releva  al  ciudadano  que  la  ejerce de hacer una exposición erudita y técnica sobre  las   razones   de   oposición   entre   la  norma  que  acusa  y  el  Estatuto  Fundamental”,  no  lo excusa del deber de seguir un  hilo  conductor  en  la  argumentación  que  permita  al  lector  comprender el  contenido de su demanda y las justificaciones en las que se basa.   

5  La  certeza de las razones que  respaldan  los  cargos  de inconstitucionalidad radica en que la demanda recaiga  sobre    una    proposición    jurídica    real   y   existente   “y     no     simplemente     [sobre  una]   deducida   por   el   actor,  o  implícita”  e  incluso  sobre otras normas vigentes que, en todo  caso, no son el objeto concreto de la demanda.    

6 Las  razones  son específicas si  definen  con claridad la manera como la disposición acusada desconoce o vulnera  la    Constitución    a    través   de  la  formulación  de  por  lo  menos  un  cargo  constitucional  concreto   contra  la  norma  demandada.  El  juicio  de  constitucionalidad  se  fundamenta   así  en  la  necesidad  de  establecer  si  realmente  existe  una  oposición  objetiva y verificable entre el contenido de la ley y el texto de la  Constitución  Política,  resultando  inadmisible que se deba resolver sobre su  inexequibilidad  a  partir de argumentos “vagos,  indeterminados, indirectos, abstractos y globales” que  no   se  relacionan  concreta  y  directamente  con  las  disposiciones  que  se  acusan.    

7 Las  razones  que  se  exponen  en  la  demanda  de  inconstitucionalidad      gozan      de     pertinencia cuando el reproche formulado  por  el  peticionario  es  de naturaleza constitucional, es decir, fundado en la  apreciación  del contenido de una norma Superior que se expone y se enfrenta al  precepto  demandado. En este orden de ideas, son inaceptables los argumentos que  se  formulan  a  partir  de  consideraciones puramente legales y doctrinarias, o  aquellos  otros  que se limitan a expresar puntos de vista subjetivos en los que  “el  demandante  en  realidad  no está acusando el  contenido  de  la  norma  sino  que  está  utilizando  la acción pública para  resolver  un problema particular, como podría ser la indebida aplicación de la  disposición  en  un  caso específico”7.  Por  esta  misma  razón  son  inadmisibles  las acusaciones que  fundan  el  reparo  contra  la  norma demandada en un análisis de conveniencia,  calificándola    “de   inocua,   innecesaria,   o  reiterativa”  a  partir  de  una valoración de sus  efectos.   

8  Finalmente,  la  suficiencia  que  se  predica  de  las  razones  de la demanda de inconstitucionalidad guarda  relación  con  la  exposición de todos los elementos de juicio necesarios para  iniciar  el  estudio  de  constitucionalidad  respecto  del  precepto  objeto de  reproche.   La  suficiencia  del razonamiento apela directamente al alcance  persuasivo  de la demanda, esto es, a la presentación de argumentos que, aunque  no   logren   prime  facie  convencer  al  magistrado  de  que  la norma es contraria a la Constitución, si  despiertan  “una  duda  mínima”  sobre  la  constitucionalidad  de la norma  impugnada,  de tal manera que abre realmente un proceso dirigido a desvirtuar la  presunción  de  constitucionalidad  que  ampara  a  toda  norma  legal  y  hace  necesario un pronunciamiento por parte de la Corte Constitucional.   

9  Sentencia C-1052 de 2001.   

10 Cfr.  Sentencia C-402 de 1999 (M.P. José Gregorio Hernández Galindo).   

11  Sentencias C-1115 de 2004; C-033 de 2008.   

12  Sentencia C-524 de 1995.   

13  Ibídem.   

14  Sentencia  C-1040  de  2007.  En esa oportunidad la Corte señaló: “Si  bien  esta Corporación ha insistido en que la adopción del  principio  de  Estado  Social  de  Derecho  no  supuso la constitucionalización  de  “un  modelo  económico  restringido,  rígido,  inamovible,  que  tuviera  como efecto legitimar exclusivamente una ideología o  partido   y   vetar   todas  aquellas  que  le  fueren  contrarias  (C-616    de   2001)”,   eso  no  quiere  decir  que la Carta Política de 1991 sea un texto  neutro,  indiferente  al  comportamiento  económico  de  los particulares o del  Estado.   Por   el   contrario  “el  nuevo  derecho  constitucional  diseña  un  marco  económico ontológicamente cualificado, que  parte  del  reconocimiento  de  la desigualdad social existente (art. 13), de la  consagración  de  ciertos  y  determinados  valores  como  la justicia y la paz  social,  principios  como  la igualdad y la solidaridad, y derechos y libertades  civiles,  sociales,  económicos  y  culturales que conforman la razón de ser y  los   limites   del   quehacer   estatal   (C-616  de  2001).”   

15  Sentencia  SU-157  de  1997.  Sobre  el particular, esta Corporación concluyó:  “Si bien las libertades económicas no son derechos  fundamentales  per  se  y  que, además, pueden ser limitados ampliamente por el  Legislador,  no  es posible restringirlos arbitrariamente ni es factible impedir  el  ejercicio,  en  igualdad  de  condiciones,  de  todas  las  personas  que se  encuentren  en  condiciones  fácticamente  similares. Es viable predicar la ius  fundamentalidad  de  estos  derechos  cuando  se  encuentren en conexidad con un  derecho fundamental.”   

16  Sentencia C-1040 de 2007.   

17  Entre  otras,  en las sentencias C-385 de 2008 y C-243 de 2006. En este sentido,  en   la   sentencia   C-264   de   1994,   la   Corte   precisó:   “La  Constitución  confiere  un  mayor  valor  a  los derechos y  libertades  de la persona que a los derechos y libertades de contenido puramente  patrimonial,  ya  que  expresamente establece el dirigismo económico, es decir,  consagra  un  mercado  de bienes y servicios pero bajo la dirección del Estado,  mientras   que   proscribe   todo  dirigismo  en  materia  política,  ética  o  intelectual,  por  lo cual se puede decir que estatuye una libre circulación de  las  ideas.  Por  eso  es  lícito  concluir  que,  en  términos generales, las  libertades  de  la  persona  y  los  derechos  de  participación  ocupan  en la  Constitución  colombiana una posición preferente con respecto a las libertades  puramente económicas.”   

18 Al  respecto,  se  puede  consultar  las  sentencias  C-705 de 2005 y C-915 de 2002.   

19  Sentencia  C-615  de  2002.  En igual sentido, en la sentencia C-697 de 2008, la  Corte  señaló:  “La  Corte reafirma así, una vez  más,  su jurisprudencia sobre la importancia de las libertades económicas como  base  del  desarrollo  económico  y  social,  y  garantía  fundamental  de una  sociedad  democrática  y  pluralista.  Reitera,  así  mismo,  la existencia de  límites  que   la Constitución expresamente establece en relación con el  ejercicio  de  esas libertades como son la defensa del interés social (Art. 333  C.P.)  y los deberes de intervención del Estado (Art. 334 C.P.) como estrategia  de   armonización   de   los  intereses  privados  presentes  en  la  actividad  empresarial  de  los  particulares,  con el interés general que en determinados  casos, involucra tal actividad.”   

20  Sentencia C-524 de 1995.   

21  Estos   criterios  fueron  sistematizados  en  la  sentencia  C-615  de  2002  y  posteriormente   reiterados   en  las  sentencias  C-697  de  2008  y  C-385  de  2008.   

22  Sentencia C-415 de 1994.   

23  Sentencia C-909 de 2007.   

24 En  la   sentencia   C-150   de   2003,   este   Tribunal   precisó:   “Dadas  las  especificidades  de la función de regulación y las  particularidades    de    cada    sector    de    actividad    socio–económica  regulado, dicha función  se  puede  manifestar  en  facultades  de  regulación  y  en  instrumentos  muy  diversos.  En  un  extremo  se  encuentra  la facultad normativa de regulación,  consistente  en  la  adopción de normas que concreten reglas de juego dentro de  ámbitos  precisos  predeterminados,  en cumplimiento del régimen fijado por el  legislador.  En  otro extremo se ubican facultades que, en principio, carecen de  efectos  jurídicos  como  la de divulgar información relativa al sector con el  fin  de  incidir en las expectativas de los agentes económicos y consumidores o  usuarios   dentro   del   mismo,  lo  cual  podría  llevarlos  a  modificar  su  comportamiento.   Entre   estos   extremos   se  pueden  identificar  múltiples  facultades  encaminadas  al  ejercicio  de  la  función  de  regulación. Estas  comprenden  la  facultad  de  conocer  información  proveniente  de los agentes  regulados  con  el  fin  de  que  el órgano de regulación cuente con todos los  elementos  de  juicio  para  adoptar  sus  decisiones;  la  facultad  de  rendir  conceptos  a  petición  de un interesado, de oficio o por mandato de la ley; la  facultad  de emitir recomendaciones; la facultad de adoptar medidas individuales  como  autorizaciones  o  permisos;  la  facultad  de efectuar el seguimiento del  comportamiento   de  un  agente  regulado  para  advertirle  que  reoriente  sus  actividades  dentro de los fines señalados por la ley o para dirigirle órdenes  de  hacer  o  no hacer después de haber seguido el procedimiento establecido en  el  régimen  vigente;  la  facultad  de  presentar denuncias o iniciar acciones  judiciales;  la  facultad  de  imponer  sanciones  administrativas respetando el  debido  proceso  y  el derecho de defensa; la facultad de definir tarifas dentro  del  régimen  establecido  por el legislador, en fin. Corresponde al legislador  en   ejercicio   de  su  poder  de  configuración  y  respetando  los  límites  constitucionales  determinar  qué  facultades son adecuadas para que el órgano  de  regulación  correspondiente  cumpla  sus  funciones  en aras de promover el  interés   general   y  de  alcanzar  los  fines  públicos  que  justifican  su  existencia.”   

25  Sentencias C-909 de 2007 y C-150 de 2003.   

26  Sentencia C-150 de 2003.   

27  Sobre  el  particular,  en  la  sentencia  C-909  de  2007,  la  Corte explicó:  “La jurisprudencia constitucional tiene establecido  que  el  régimen  económico  y de la hacienda pública, previsto en el título  XII  de la actual Carta política, no se puede interpretar en forma aislada sino  sistemática,  en el sentido de que debe aplicarse teniendo en cuenta, tanto los  principios   rectores   del   Estado   social,   como  los  valores  y  derechos  -fundamentales,  sociales,  económicos  y  culturales- allí reconocidos (Cfr.,  entre  otras,  las Sentencias C-074 de 1993 y C-865 de 2002). // Ha sostenido al  respecto  que  la Constitución diseñó “un marco económico antológicamente  cualificado,  que  parte  del  reconocimiento de la desigualdad social existente  (art.  13),  de  la  consagración  de  ciertos  y  determinados valores como la  justicia  y  la  paz  social,  principios  como  la igualdad y la solidaridad, y  derechos  y libertades civiles, sociales, económicos y culturales que conforman  la  razón  de  ser  y  los  limites del quehacer estatal” (Sentencia C-150 de  2003).  De  igual  manera, señaló que la misma Carta dotó al Estado “de una  serie  de instrumentos de intervención en la esfera privada, en el mundo social  y  económico, con el fin de que a partir de la acción pública se corrijan los  desequilibrios  y  desigualdades que la propia Carta reconoce y se pueda buscar,  de  manera real y efectiva, el fin ontológicamente cualificado que da sentido a  todo el ordenamiento” (Sentencia Ibídem).”   

28  Sentencia C-909 de 2007.   

29 La  Ley  232  fue  derogada,  en  su  momento,   por  el  Decreto 1122 de 1999,  “Por  el  cual  se  dictan  normas  para  suprimir  trámites,  facilitar la actividad de los ciudadanos, contribuir a la eficiencia  y  eficacia de la administración pública y fortalecer el principio de la buena  fe”.   No  obstante,  este  decreto  fue  declarado  inexequible  por  la  Corte Constitucional, mediante  la sentencia C-923 de  1999, por razones de competencia.   

30  Sentencia C-1008 de 2008.   

31  Según  la  exposición  de  motivos  de  la  ley  en  mención, ésta tuvo como  propósito  “satisfacer  tanto  el  interés  general  de la sociedad y de los  consumidores,  como la libre iniciativa de los particulares, de forma tal que la  libre     empresa     [pudiera]     ejercerse     sin     mayores    obstáculos  previos,….respetando  el  bienestar  colectivo.  (…)  El proyecto suprime la  licencia  de  funcionamiento  como requisito previo al ejercicio de la actividad  mercantil  por  medio  de  los  establecimientos  de comercio. (…) Como es por  todos  conocidos,  la  multitud  de  trámites que deben cumplir los empresarios  antes  de  iniciar su actividad económica se halla amparada en la facilidad con  la  que  los  funcionarios  de  todo  rango  establecen requisitos inútiles, so  pretexto  de  proteger intereses generales, que no tienen un propósito distinto  al  de  fomentar  la  corrupción.  Como  puede  advertirse,  el proyecto de ley  contiene  disposiciones  que  armonizan  a  cabalidad  el  libre ejercicio de la  actividad   económica,   con  la  satisfacción  del  interés  general  de  la  comunidad”.  (Subrayas  fuera  del  original).   Nótese  además, que el  artículo   117  del  Código  Nacional de Policía fue derogado por la Ley  232   de   1995,  artículo  6,  norma  que  establecía  lo  siguiente:  “Los  establecimientos  comerciales  requieren  permiso  para  su  funcionamiento.//El  permiso   se  otorgará,  en  cada  caso,  de  acuerdo  con  las  prescripciones  señaladas  en  los  reglamentos  de Policía local”. (Gaceta del Congreso No.  )   

32  Congreso  de  la  República..  Ponencia  para  primer  debate  del  Proyecto de  ley.   

34  Código  de  Comercio.  Art. 515. Se entiende por establecimiento de comercio un  conjunto  de  bines  organizados por el empresario para realizar los fines de la  empresa.  Una  misma persona podrá tener varios establecimientos de comercio y,  a  su  vez,  un  solo  establecimiento  de  comercio  podrá pertenecer a varias  personas,  y  destinarse  al  desarrollo  de  diversas  actividades comerciales.   

35 La  Corte  Constitucional ha establecido que el orden público no debe ser entendido  como  un  valor en sí mismo, sino como un conjunto de condiciones de seguridad,  tranquilidad  y  salubridad  que  facilitan  la  prosperidad  general  y el goce  efectivo  de  los  derechos  de  todos.  Ese  objetivo, en consecuencia, termina  siendo  el  fundamento  y el límite del poder de policía del Estado, desde una  perspectiva  legislativa, administrativa y ejecutiva. (Sentencias C-024 de 1994;  C-251 de 2002); C-825 de 2004 y C-117 de 2006).   

36  “Por  la  cual se dictan  disposiciones    sobre    racionalización   de   trámites   y   procedimientos  administrativos  de  los organismos y entidades del Estado y de los particulares  que ejercen funciones públicas o prestan servicios públicos”.   

37  Sentencia C-492 de 2002.     

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